El Restaurante
Con el pequeño cricket negro el tabaco se incendia despacito, es bueno contar con buen fuego, y mejor a esta hora de la noche, a la que no siempre se la encuentra uno con buen humor; a las 11 en general uno desea estar oliendo la suavidad de unas sábanas limpias o estar a la altura del cuello de una botella de algún Syrah o Malbec decapitado de sed, mejor aún, estar totalmente entregado a la complacencia de la dama que nos acompaña envueltos en las sábanas limpias y embriagados por el Syrah decapitado. Pero no, la noche se empeña en distraerme y retrasarme en este restaurante; aunque, no lo niego, los pequeños entremeses me han logrado abrir el apetito, ya preferiría estar en casa, en cama, en licor, en humo...pero ni el hambre incipiente, ni el maitre al pie del decorado que me mira fijo como a punto de dar una estocada me lo permitirían.
- Bon soir Monsieur, ¿qué se le antoja?
- Pardon moi, pero mi francaise no es muy bueno ¿cómo dijo?
- Dije: ¿qué se le antoja? ¿qué desea para cenar?
- Oui, oui...déjeme ver...mmm...algo marino...
- ¿Pescados, mariscos, tal vez calamares?
- ¿Centollas?
- Oui monsieur, ¿algo más?
- Cualquier vino, el que se le antoje a usted...
- Pardon monsieur ¿cómo dijo?
- Cualquier vino, no me importa la clase...el que se le antoje
- Trés bien.
Malditos chupasangres, el maitre, el cocinero y hasta el dueño del restaurante, retenerme aquí hasta esta hora, por suerte puedo fumar sin que ninguno me estorbe. El cigarro no es muy fuerte, pero huele bien el tabaco negro confundido con el almizcle que emanan los sacos negros de los señores amargos sentados en la mesa de la derecha. Es hermoso admirar ese pesado y denso humo dispersarse por entre las narices de las réplicas de los Dioscuros marmolados erigidos sobre las cabezas de los que nos sentamos de este lado de la cena invernal, verlo colarse por entre las rejas del edificio y disfrazarse con el terciopelo improvisado a modo de telón de teatro detrás de las mesas principales.
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