viernes, 22 de agosto de 2008

El Restaurante

Con el pequeño cricket negro el tabaco se incendia despacito, es bueno contar con buen fuego, y mejor a esta hora de la noche, a la que no siempre se la encuentra uno con buen humor; a las 11 en general uno desea estar oliendo la suavidad de unas sábanas limpias o estar a la altura del cuello de una botella de algún Syrah o Malbec decapitado de sed, mejor aún, estar totalmente entregado a la complacencia de la dama que nos acompaña envueltos en las sábanas limpias y embriagados por el Syrah decapitado. Pero no, la noche se empeña en distraerme y retrasarme en este restaurante; aunque, no lo niego, los pequeños entremeses me han logrado abrir el apetito, ya preferiría estar en casa, en cama, en licor, en humo...pero ni el hambre incipiente, ni el maitre al pie del decorado que me mira fijo como a punto de dar una estocada me lo permitirían.

- Bon soir Monsieur, ¿qué se le antoja?

- Pardon moi, pero mi francaise no es muy bueno ¿cómo dijo?

- Dije: ¿qué se le antoja? ¿qué desea para cenar?

- Oui, oui...déjeme ver...mmm...algo marino...

- ¿Pescados, mariscos, tal vez calamares?

- ¿Centollas?

- Oui monsieur, ¿algo más?

- Cualquier vino, el que se le antoje a usted...

- Pardon monsieur ¿cómo dijo?

- Cualquier vino, no me importa la clase...el que se le antoje

- Trés bien.

Malditos chupasangres, el maitre, el cocinero y hasta el dueño del restaurante, retenerme aquí hasta esta hora, por suerte puedo fumar sin que ninguno me estorbe. El cigarro no es muy fuerte, pero huele bien el tabaco negro confundido con el almizcle que emanan los sacos negros de los señores amargos sentados en la mesa de la derecha. Es hermoso admirar ese pesado y denso humo dispersarse por entre las narices de las réplicas de los Dioscuros marmolados erigidos sobre las cabezas de los que nos sentamos de este lado de la cena invernal, verlo colarse por entre las rejas del edificio y disfrazarse con el terciopelo improvisado a modo de telón de teatro detrás de las mesas principales.

El panorama es más bien sobrio, las mesas están alineadas como un tímido regimiento en descanso, manteles rojos, bordó quizás, oscuros, aristas regulares, tablas perfectamente cuadradas; de la pata de mi mesa brota una pequeña rajadura que avanza hasta el piso y se transforma en la línea divisoria entre el rombo blanco y el rombo negro sobre los cuales está dispuesta; obviamente todos los rombos del suelo se divisan paralelos, perpendiculares, equiláteros, casi ajedrecísticos, lívidos y vaya uno a saber que otras propiedades encerrarían si no fuera por el temido maitre que ha vuelto sobre mi sombra al acecho. Esta vez no pronuncia palabra, pero igual se suspende como levitando sobre mi, esperando algo; a todo esto, yo no libero la mirada de la canastita con el pan redondo y caliente y sólo logro observarlo por el rabillo del ojo; igual espero, espero que me apuñale con alguna otra inquisición, pero al parecer no desea precipitar nada y está saboreando el momento, intimándome desde su posición vigía, el abalanzamiento no ocurre nunca y el maitre se aleja para atender otra demanda dejándome de nuevo solo con mi meditación de bola de miga de pan y agua tibia, que ya sencillamente no da para más.

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